Un nuevo intento de dominar las crestas blancas y espumosas del océano. Un nuevo día de viaje al trabajo, entre un mar de gente y aceras abarrotadas. En algún lugar de Nueva York, alguien se pone los zapatos y se coloca bien los calcetines. En algún lugar del Mediterráneo, alguien se los quita y sumerge sus dedos en las cálidas y saladas aguas, para poner fin al día. 

Cada paso que damos y cada movimiento que hacemos, son una forma de autoexpresión. Cada accesorio que usamos es una declaración de intenciones. Tanto estilo, como surf, son dos formas profundas y personales de rituales y autoexpresión que claman autenticidad. Ambas exigen un conocimiento personal previo, antes de sumergirse en ellas, porque ni todas las olas son buenas, ni todas las tendencias son adecuadas.

A pesar de haber hechizado a Jack London y Mark Twain; de haber inspirado a los míticos The Ramones e, incluso, haberse adueñado de la gran pantalla en numerosas ocasiones, el surf sigue siendo algo sencillo.

En su corazón y en su esencia, el surf es libertad. Es pasión por la autenticidad y por la audacia. Una pasión por ser auténticos, dentro y fuera del agua, que acaba transformándose en un tipo de tribalismo moderno, capaz de unir a personas de los ámbitos más dispares de la vida. De Montauk (Nueva York) a Santander (España), los surfistas asienten sabiendo que la próxima ola está cerca. De Madrid a Nueva York, los extraños se miran y sonríen, cuando se dan cuenta de que llevan los mismos calcetines…

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